El triunfo en los negocios, el deporte, el amor y la amistad (es decir, en casi todo lo que emprendemos) dependen en gran medida de la imagen que tenemos de nosotros mismos.
La gente que cree en su propia valía atrae el éxito y la felicidad como por efecto magnético; frecuentemente le suceden cosas buenas, sus relaciones personales son duraderas, y lleva a término sus proyectos.
En cambio, hay personas que parecen perseguidas por el fracaso y la frustración, se les tuercen los planes, nada les sale bien, y ellas mismas se las arreglan para malograr su potencial y sus problemas suelen derivarse su incapacidad para aceptarse a sí mismos. Cualquier persona tiene la capacidad de cambiar su percepción de sí misma. El hecho de que esta sea negativa no predestina a nadie a la desdicha ni a la derrota, pues es posible librarse de actitudes viciadas y adquirir la saludable seguridad que resulta indispensable para hacer realidad los sueños.
He aquí algunos puntos importantes para lograrlo:
Concéntrese en sus posibilidades, no en sus limitaciones. Cuando Helen Hayes era joven, el productor George Tyler le dijo que podría ser una de las más grandes actrices de su tiempo si midiera 10 centímetros más. Ella cuenta al respecto: “Decidí aumentar mi estatura. Varios maestros empezaron a tirar de mí y a estirarme hasta que aquello se convirtió en un verdadero suplicio medieval. No crecí ni un centímetro, pero conservé una postura de militar, y me convertí en la mujer más alta de mi estatura. Gracias a mi empeño en que mis limitaciones no me limitarían, pude representar el papel de María Estuardo, una de las reinas más altas de la historia”.
Helen Hayes triunfó porque concentró su atención en sus puntos fuertes, y no en los débiles.
Cuantas personas se sienten inferiores porque no son tan bien parecidos, inteligentes ó ingeniosos como otras personas. Quizá no haya nada que menoscabe la Autoestima tanto como la costumbre de examinar a la gente que nos rodea para compararnos con ella. Cuando encontramos a alguien realmente más brillante, simpático ó guapo, nos sentimos disminuidos.
Dedíquese a algo que haga bien. Nada tan común como la gente talentosa que no alcanza el éxito. Y su problema no radica tanto en descubrir sus aptitudes naturales como en desarrollarlas.
Mucha gente, cuando se enfrenta a las dificultades propias de la actividad o disciplina que le interesa, y cuando ve que otras personas las sortean con mayor facilidad, claudica. No se da cuenta de que solo a base de práctica repetitiva y tediosa se afinan las habilidades requeridas para alcanzar nuestros objetivos.
Hay quienes encontramos nuestro camino por el método de la prueba y el error, que puede llevar tiempo y conducir a callejones sin salida. Pero nunca debe desalentarnos que otros sean más hábiles. El factor decisivo del triunfo no suele ser el talento, sino el empeño.
En artículos subsecuentes continuaremos con otros puntos.
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