Un día de 1964 tomé un taxi para asistir al Derby de Kentucky, y noté que el chofer llevaba una hoja de pronósticos a su lado, sobre el asiento.
-¿Qué caballo le gusta en el Derby? – le pregunté
-Northern Dancer, montado por Bill Hartack.
-Pero, ¿Qué me dice acerca del favorito?
-Hill Rise no tiene madera de ganador –opinó-. Y Hartack es un gran jockey – y después de hacer un análisis de caballos y jockeys, el taxista concluyó-: Hágame caso: apueste a Northern Dancer.
En Louisville, en una fiesta que hubo antes del Derby, todas las celebridades del hipódromo se burlaron de la teoría del taxista, y me dieron las razones que yo ya conocía para que Hill Rise fuera el favorito. Así pues, aposté a ese caballo. ¿Qué sucedió? Northern Dancer, resultó ser uno de los mejores caballos de carreras de todos los tiempos. Aquel día rompió la marca del Derby, llegó a la meta exactamente en dos minutos, y quienes apostaron por el ganaron la bonita suma de 8.80 dólares por cada dos que invirtieron.
Ese incidente me enseñó algo que nunca olvidaré: hay que considerar no solo la fuente de cualquier consejo, sino también los hechos y la profundidad del análisis en que se basa. Mis amigos de Louisville tenían conocimientos hípicos de sobra, pero estaban haciendo lo prudente: apoyar al favorito. El taxista confiaba en su sentido común, y lo aplicó de manera independiente y audaz, basándose en información más completa que el criterio de los expertos del hipódromo.
A lo largo de mi carrera he cometido muchos errores, y todos ellos han sido verdaderas lecciones. Aprender de los tropiezos propios y ajenos es precisamente el fundamento del sentido común.
El buen juicio obtenido de las adversas experiencias constituye un valioso apoyo para acometer cualquier empresa. Y así como éste, en el siguiente capítulo expondré algunos principios que me ha inculcado la escuela de la vida.
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