Algunas personas con las que trabé amistad hace 35 años, cuando nadie las conocía, se han encumbrado en los negocios, el Gobierno y el magisterio. Muchas veces, para resolver un problema, resulta decisiva la intervención de alguien que se encuentre en posibilidades de dar una orden ó allanar el camino. Cuando se tienen buenas relaciones con esas personas, se sobreentiende la disposición, tanto de ellas como de uno mismo, de ayudar en caso de necesidad. Puede tratarse de un consejo, de abrir una puerta, de dar aliento ó de brindar apoyo ante una emergencia. Es un toma y daca en el que nadie lleva la cuenta.
Yo lo he hecho así toda mi vida, y a ello debo, en gran parte, mi éxito. Al principio me gustaba tratar a la gente, simplemente, pero después, me he aplicado a conservar a mis amistades.
Al parecer, hemos perdido la capacidad ó el deseo de establecer relaciones sociales duraderas. En otros tiempos, cuando entrábamos en una tienda, los vendedores mostraban interés en uno, y uno regresaba al establecimiento. Ahora, ni siquiera nos molestamos en aprendernos el nombre del empleado; suponemos que la próxima vez ya no encontraremos a la misma persona.
Lo mismo ocurre en el trabajo, por causa del continuo cambio de personal, y hasta en las familias.
Una persona de 30 a 50 años de edad, enfrascada en una actividad constante por exigencias de su carrera profesional, tiene poco tiempo para establecer buenas relaciones con su cónyuge ó sus hijos. Y cuando alcanza el éxito y dispone de tiempo, entonces el cónyuge está resentido ó se ha alejado, y son los hijos quienes no tienen tiempo.
Sea usted un buen amigo cuando más lo necesiten. Como decía Lew Wasserman, magnate del cine, a los agentes de actores: “Si un actor está trabajando, hablen con él por lo menos una vez a la semana; si no está trabajando, háblenle todos los días.
Ayudar a la gente no garantiza el pago con la misma moneda. Según mi experiencia, podemos contar con una de cada diez personas favorecidas, pero esta última vale por todas las demás.
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