Todos tenemos que consultar a médicos, abogados, banqueros y otros especialistas, pero más vale andarse con tiento ante sus consejos, y confiar en el conocimiento y el instinto propios. Cuando algo le parezca dudoso, pregunte: “¿Quién lo dice?”, ó “¿Dónde está escrito?”. Al experto pueden motivarlo intereses distintos al de servirle a usted, como el de complacer a un cliente muy importante ó al jefe, darse a conocer u obtener un empleo mejor. Nunca dé por sentado que esas personas observarán una ética profesional en beneficio de usted.
Tengo sobre mi escritorio una publicación de una prestigiada agencia de inversiones. En ella se sostiene, por medio de un minucioso análisis, que el futuro de cierta compañía es prometedor, y se aconseja la compra de sus acciones. Tres meses después de la preparación de ese informe, dicha compañía se declaró en quiebra. Algún analista recibió buen dinero por escribir aquello, pero, obviamente, no sabía lo que decía.
Toda institución y toda persona que desempeña una actividad profesional tiende a ciertos vicios. Tratan de proyectar una imagen de responsabilidad, conocimiento y éxito para succionarlo a usted, como una enorme aspiradora, y así beneficiarse. No se deje impresionar con la jactancia; pida que la justifiquen, y que establezcan de antemano las medidas correctivas que tomarían, en caso de fallar.
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