Por: Rogelio
“Los años arrugan la piel; pero renunciar al entusiasmo marchita el alma”.
Hace años, cuando emprendí la búsqueda de mi primer empleo, me dieron este sabio consejo: “Bárbara, ¡se entusiasta!, el entusiasmo te llevará más lejos que cualquier experiencia acumulada”.
¡Cuanta razón tuvieron!, el entusiasta puede convertir una situación tediosa en toda una aventura; el trabajo excesivo, en una oportunidad, y a los extraños en amigos.
“Nada grande pudo lograrse nunca sin entusiasmo”, sentenció Ralph Waldo Emerson. El entusiasmo es la fuerza que nos ayuda a perseverar, cuando las cosas se ponen difíciles. Es la voz interior que nos susurra: “¡Yo puedo lograrlo!”, mientras otras, internas y externas, nos intimidan con un “¡No puedes!”.
Tuvieron que transcurrir años para que el trabajo inicial de Bárbara McClintock, genetista estadounidense ganadora del Premio Nóbel de Medicina en 1983, fuera aceptado por la comunidad científica. No obstante, ella no cejó nunca en sus experimentos. Su labor le daba un placer tan profundo, que jamás pensó en desistir.
Todos hemos nacido con una vasta y entusiasta capacidad de asombro. Esto lo sabe quien quiera que presencie el deleite de un pequeño ante el tintineo de unas llaves, ó al observar como deambula el escurridizo escarabajo.
Es esta facultad propia de los niños, de asombrarse una y otra vez lo que insufla en los entusiastas ese aire de juventud, independientemente de su edad. A sus 90 años, el chelista Pablo Casals comenzaba el día tocando algo de Bach. Mientras la música fluía de sus dedos, sus encorvados hombros se erguían y la alegría iluminaba sus ojos nuevamente. Para Casals, la música era como el elixir que hacía de su existencia una aventura interminable. El poeta y ensayista Samuel Ullman lo explicaba así: “Los años arrugan la piel, pero renunciar al entusiasmo marchita el alma”.
¿Como podemos redescubrir el entusiasmo infantil? La respuesta, a mi ver, está en la palabra misma. Entusiasmo es palabra de origen griego y significa, “Zeus (Dios) en nuestro interior”. ¿Y que es tener a Dios en nuestro interior, sino un inagotable sentido del amor, amor por uno mismo (auto aceptación), amor por los demás?
Las personas entusiastas aman lo que hacen, sin pensar en el dinero, los títulos ó el poder. Una vez preguntaron a Patricia Mcllrath, directora jubilada del Missouri repertory Theater, en Kansas city, de donde obtenía su entusiasmo: ella contestó: “Hace mucho, mi padre, abogado de profesión, me confió: No hice fortuna hasta que dejé de trabajar por dinero”.
Si no podemos dedicarnos a lo que amamos como ocupación de tiempo completo, sí debemos practicarlo como una afición de medio tiempo. Piense en el estadista que pinta ó en la monja que participa en maratones; ó en el ejecutivo que construye muebles que él mismo diseña.
No podemos darnos el lujo de derramar lágrimas por “lo que pudo haber sido”. Es necesario que convirtamos las lágrimas en sudor, a medida que avanzamos en busca de “lo que puede ser”.
Hemos de vivir cada momento plenamente, con todos nuestros sentidos, y aprender a gozar del aroma del jardín de nuestra casa; a disfrutar de los expresivos dibujos de un niño de seis años; a solazarnos en la encantadora belleza de un arco iris.
Es esta entrega entusiasta y amorosa a la vida lo que hará que nuestra mirada brille, que nuestro andar sea garboso y que se desvanezcan las arrugas de nuestra alma.
Mantente tranquilo y mandarás a todos.
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